Saturday, August 3, 2013

BREVE PERO PROFUNDO ANALISIS DEL PARTIDO COMUNISTA DE VENEZUELA SOBRE LA ECONOMIA VENEZOLANA


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Por: Fernando Arribas García*.

Especial para Tribuna Popular Nº 223.- Transcurrida ya la mitad del año, y publicados los datos oficiales del Banco Central de Venezuela (BCV) acerca del desempeño de la economía nacional en los primeros meses de 2013, ha llegado de nuevo el momento de descifrar las tendencias económicas recientes del país y fraguar pronósticos sobre lo que nos espera en el futuro cercano.
Por esta época el año pasado (ver TP N° 209), teníamos tanto buenas como malas noticias: de un lado, se presentaba un panorama favorable en el corto plazo, como resultado del aumento del consumo tanto público como privado, alimentado por el influjo de petrodólares y las políticas oficiales de expansión del gasto; pero por otro lado, veíamos negros nubarrones que nos afectarían unos meses más tarde bajo la forma de crecimiento de la inflación, devaluación de la moneda, desaceleración del crecimiento económico y aumento de la deuda pública y el déficit fiscal consolidado.
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Lamentablemente, nuestros pronósticos más pesimistas se cumplieron, por el efecto acumulado de los errores y la ineficiencia del gobierno en la dirección de la economía nacional especialmente a partir de 2007, que han agravado las debilidades estructurales que arrastramos desde hace décadas. Debido a ello, esta vez sólo tenemos malas noticias que dar, tanto para lo inmediato como para los meses venideros.

La economía nacional, según indica el propio BCV, apenas crece a una tasa minúscula de 0,7%, muy lejos de los estimados de 6% que hacía el gobierno unos meses atrás; la moneda nacional, devaluada en 46,5% en febrero, continúa dando traspiés y se agrandan las probabilidades de que haya una nueva devaluación en el futuro cercano; los indicadores de endeudamiento y déficit fiscal siguen muy lejos de estabilizarse y en breve tiempo podrían deteriorarse todavía más; la inflación ha llegado a 19,4% en apenas cinco meses y ya excedió con creces el estimado de 16% que manejaba el gobierno para todo el año.
En suma, la tendencia dominante en este momento, y que podría marcar la situación del país para el resto del año, comienza a parecerse a lo que los economistas describen con el neologismo inglés «stagflation» (o «estanflación» en castellano, palabra compuesta por stagnation, estancamiento, e inflation, inflación), término con que se conoce una rara y grave enfermedad económica que ya nos había afectado durante el período 2009-2010.
QUÉ ES LA ESTANFLACIÓN
Se trata de una situación muy atípica, en que se combina la desaceleración económica, pero sin sus efectos atenuantes, con una alta inflación, pero sin las causas estructurales favorables de ésta. En general, la teoría económica tiene por cierto que los períodos de rápida expansión suelen inducir a un aumento de la inflación (el llamado «recalentamiento de la economía»), como resultado de los desequilibrios momentáneos de mercado causados por el rápido crecimiento relativo de la demanda, que no puede ser satisfecha por los niveles pre-existentes de oferta. Y al contrario, los períodos de estancamiento o recesión, durante los cuales bajan los niveles generales de actividad, se desacelera la circulación de capitales y tiende a aumentar el nivel de desempleo, se caracterizan por una contracción relativa del consumo y la demanda, por lo que es esperable que la inflación decrezca y en los casos extremos hasta se revierta (deflación).
Así, se estima que en general la inflación y la desaceleración son mutuamente excluyentes. Y por lo tanto, ante los rigores de las crisis económicas por lo común nos queda el alivio de la baja inflación que suele acompañar a éstas, y ante los perjuicios de la alta inflación normalmente nos queda el consuelo de que esta última ha sido causada por un rápido y vigoroso crecimiento general de la economía y del nivel de ocupación.
Pero en economías con graves desequilibrios coyunturales, puede darse ocasionalmente la inusual combinación de ambas: estancamiento o hasta decrecimiento con alta inflación. Tal cosa ocurrió a mediados de la década de 1970 en países como EE.UU. y Reino Unido, como resultado, entre otros factores, de la abrupta subida de los precios petroleros mundiales, que causó una recesión global, y de la decisión de las autoridades de ampliar la masa monetaria para tratar infructuosamente de reactivar la economía.
Lo que hace a la estanflación tan temible y dañina es precisamente que, como ocurrió entonces en casi todo el mundo capitalista desarrollado, los mecanismos habituales que tienen las autoridades para paliar uno de sus componentes resultan necesariamente agravando al otro: al intentar estimular la economía inyectándole más liquidez, terminan intensificando la inflación; y al contener el tamaño de la masa de dinero para tratar de detener la inflación, terminan desacelerando la circulación de capital y dificultando la reactivación económica.
Hay, finalmente, unos pocos países en el mundo, como Venezuela y Zimbabwe, donde los desequilibrios no son coyunturales y más o menos pasajeros sino crónicos y estructurales, y donde, en consecuencia, esta rara enfermedad económica puede ocurrir con frecuencia relativamente elevada. En nuestro país, ha ocurrido al menos en seis de los últimos 16 años, y, según indican los datos más recientes, podría estar ocurriendo de nuevo. Veamos.
ESTANCAMIENTO ECONÓMICO
Podemos considerar que un país padece estancamiento económico cuando la tasa porcentual anualizada de variación de su Producto Interno Bruto (PIB), incluso si es positiva, resulta inferior a su tasa porcentual anualizada de variación demográfica. En otras palabras, aunque haya un crecimiento real absoluto del PIB, si éste es inferior al crecimiento de la población, y por lo tanto hay en términos per capita un decrecimiento real del PIB, se considera que el país sufre estancamiento económico.
En el caso de Venezuela, la tasa de crecimiento demográfico anual ha bajado de 2,0% en 1997 a alrededor de 1,5% en la actualidad, según estimaciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE); cualquier tasa de crecimiento del PIB para un período dado que no sea como mínimo igual a la correspondiente tasa de crecimiento de la población, indica estancamiento económico. Como ya queda dicho, el BCV reportó hace unas semanas que la tasa anualizada de crecimiento del PIB para los tres primeros meses de 2013 fue de apenas 0,7%, lo que significa que, aunque no estamos en recesión (al menos no todavía), sí estamos ya económicamente estancados, como lo estuvimos por ocho trimestres consecutivos durante los años 2009-2010, por siete en 2002-2003, y por seis en 1998-1999. [GRÁFICO 1]
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Obsérvese que, a diferencia de los anteriores períodos de estancamiento, esta vez ni hay una crisis política aguda en Venezuela (como sí la hubo en los años finales del siglo anterior, y de nuevo en el bienio del golpe de estado y paro petrolero), ni estamos bajo los efectos de una crisis global (como las de 2001-2002 y 2008-2009) a la que atribuir el pobre desempeño de nuestra economía.
ECONOMÍA «REAL» EN DECLIVE
El panorama luce todavía peor si analizamos el detalle de ese magro crecimiento. En efecto, el reporte trimestral del BCV indica que ha continuado el declive de los sectores claves de la economía «real» del país, esto es, de la producción efectiva de bienes y servicios. La producción manufacturera, por ejemplo, decreció 3,6% en el trimestre, con lo que retrocedió al nivel absoluto que tenía en 2006, y continuó su tendencia de larga data a perder peso porcentual en el PIB: ya no llega a 13,9% del total de la economía, frente a 18,4% en el mismo trimestre de 1997.
La minería, tradicionalmente minúscula, decayó un 25,3% adicional; las actividades petroleras continúan estancadas con una muy baja tasa de crecimiento (0,8%); y de la agricultura mejor ni hablar, que el propio BCV continúa sin encontrar razones para hacerlo. Incluso la construcción, sector que había mostrado un comportamiento favorable a lo largo de seis trimestres consecutivos, en buena medida por los efectos de la Gran Misión Vivienda Venezuela y otros grandes proyectos gubernamentales de infraestructura, tuvo ahora una abrupta caída: de +31,4% en el primer trimestre del año pasado a -1,2% en enero-marzo de este año.
Y para colmo de males, el sector que mejor desempeño tuvo en el trimestre fue el bancario y financiero (+31,0%), con lo que suma nueve trimestres seguidos de rapidísimo crecimiento y aumenta su peso en el PIB total a 6,8%, frente a 2,2% en 1997. Asimismo, tuvieron desempeño positivo los sectores de comercio (+3,4%) y comunicaciones (+6,0%), que tampoco han parado de crecer desde hace varios años. En suma, no sólo el crecimiento total del PIB fue escaso, sino que se debió principalmente a los sectores que menos interesa desarrollar con miras al fortalecimiento productivo y el robustecimiento de la soberanía económica.
ALTA INFLACIÓN
No es fácil construir una definición formal estándar de alta inflación, puesto que la tasa de variación del índice de precios muestra gran variabilidad de país a país e incluso de época en época dentro de un mismo mercado nacional. Esto es especialmente cierto en Venezuela: lo que hoy se consideraría como una tasa de variación de precios inaceptablemente alta en la mayoría de los países, resultaría asombrosamente baja para el nuestro, afectado por inflación crónica desde hace décadas y con tasas anuales de variación de precios que suelen ser muy superiores a las internacionales.
A falta de mejor criterio, usaremos como valor de referencia la media aritmética histórica de inflación del área metropolitana de Caracas entre enero 1997 y diciembre 2012 (puesto que el Índice Nacional de Precios sólo comenzó a ser reportado a partir de 2008): tasa anualizada de 23,4%. Así, cualquier tasa de inflación que sea superior a ese valor de referencia constituirá alta inflación en el contexto venezolano actual. Y tómese en cuenta que, para ese mismo período histórico, la media de inflación anualizada para todos los países del mundo es de apenas 4,3%, y para todos los países de Latinoamérica y el Caribe es de 7,5%.
Pues bien, según los reportes oficiales del INE y el BCV, con el gran salto de 6,2% registrado en mayo, la tasa anualizada de inflación en Caracas alcanzó 33,7% (para toda Venezuela, el salto mensual en mayo fue de 6,1%, y la tasa anualizada llegó a 35,2%). Estamos así, desde marzo de este año, por encima de los valores de referencia que establecimos en el párrafo anterior, como lo estuvimos también, de manera ininterrumpida, desde enero 2008 hasta marzo 2012, de julio 2002 a marzo 2004, y de enero 1998 a julio 1999 [GRÁFICO 2].
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Tras la entrada en vigencia del «Decreto-Ley de Costos y Precios Justos» a fines de 2011, hubo por varios meses una cierta moderación de las tendencias inflacionarias en el país, y se logró bajar la inflación anualizada desde 29,0% en diciembre de ese año a 18,2% en noviembre 2012. Ello se debió a que, con la aplicación de este instrumento legal, el gobierno logró controlar parcialmente la especulación comercial y la falsificación de costos y precios por los empresarios. Parcialmente, insistimos, pues como ha quedado demostrado, la corrupción y la ineficiencia en el seno del Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a Bienes y Servicios (INDEPABIS), conspiraron contra el éxito pleno de esta iniciativa.
¡PRODUCIR, PRODUCIR, PRODUCIR!
No obstante, como ya lo dijimos en oportunidades anteriores (ver TP N° 210), los principales componentes de la inflación no son esos que el gobierno pretendió controlar por vía administrativa o punitiva, sino otros de naturaleza estructural, derivados de nuestra economía rentista, monoproductora y dependiente, que han estado activos desde hace varias décadas y que siguen sin ser adecuadamente atendidos:
-Escasa producción nacional y con baja eficiencia;
-Limitación de la oferta versus estímulo a la demanda;
-Dependencia creciente de las importaciones;
-Altos índices de liquidez interna y circulación monetaria;
-Dolarización de los precios.
Aunque en el mejor de los casos se lograse controlar por completo los componentes especulativos de la inflación, no sería posible derrotarla definitivamente mientras no se atiendan los componentes principales de este fenómeno, derivados de los problemas de orden estructural que aquejan a nuestra economía. Por ello, incluso si el éxito en la lucha contra la especulación hubiera sido rotundo, era previsible que los efectos benéficos de la aplicación del Decreto-Ley se fueran atenuando en breve tiempo, como lamentablemente ha ocurrido. Desde principios de 2013, el gobierno ha tenido que autorizar reajustes de precios y costos de diversos bienes y servicios hasta niveles más realistas que los vigentes el año pasado, con lo que la espiral inflacionaria ha ganado nuevos ímpetus.
Así que en el primer trimestre de este año se cumplieron ambas condiciones (estancamiento económico y alta inflación) para hablar de estanflación en Venezuela; nos preocupa que esto se repita en los trimestres sucesivos, con lo que habríamos entrado formalmente en un periodo estanflacionario de nuevo.
Lo único positivo es que, precisamente por lo deforme y desquiciado de nuestra economía, nuestra estanflación no es como la de los países «normales», puesto que nuestra alta inflación no se debe a un «recalentamiento» momentáneo como resultado de un período de rápido crecimiento, sino, por el contrario, a que la economía productiva del país se mantiene muy fría desde hace décadas y con tendencia a enfriarse más.
Y esto es «bueno» porque, a diferencia de los otros países, en nuestro caso el remedio para la estanflación es, al menos conceptualmente, muy simple, puesto que podríamos atender ambos componentes de la enfermedad con un mismo remedio: aumentar la producción nacional de bienes y servicios esenciales con niveles crecientes de eficiencia, con lo que no sólo se robustecería el aparato productivo nacional y se saldría del estancamiento económico, sino que se supliría adecuadamente el mercado, se resolvería el problema de escasez relativa de oferta y se solucionaría uno de los principales componentes estructurales de la alta inflación crónica.

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